La gente, durante muchos siglos, creyó que la Tierra era plana y que estaba en el centro del mundo visible. Esa creencia se basa¬ba en lo que veían y en una interpretación falsa de lo que las Sagradas Escrituras afirmaban sobre este particular. Ese punto de vista fue unánime, aún entre los eruditos, hasta el día en que Copérnico, sabio de origen polaco, levantó dudas no salo sobre ese punto, sino también sobre las teorías relativas a las salidas y puestas del sol, al día y la noche, a las estaciones, al origen de los vientos, al efecto de las mareas, al movimiento aparente de los astros, y así sucesivamente. Como había he¬cho Ptolomeo en Grecia, Copérnico afirmó que la Tierra era redonda como una bola y que los hombres vivían en su superficie. Además estableció el concepto heliocéntrico de nuestro sistema solar. Es decir, afirmó que el Sol y no la Tierra, era el centro de nuestro sistema planetario, agregando que las estaciones resultaban del movimiento continuo que la Tierra efectuaba alrededor del Sol y que la sucesión de los días y las noches era producto de la rotación de la Tierra sobre su propio eje. En este sentido, su único error fue pensar que la trayectoria de los planetas alrededor del Sol era circular, mientras Kepler, gran admirador de Copérnico, casi un siglo más tarde, demostró que esa trayectoria era elíptica, destacando inclusive que el Sol no constituía el centro de nuestro sistema planetario, sino que era apenas uno de sus componentes. El pensamiento vulgar rechazó de plano las teorías de Copérnico, pero la ciencia tuvo que aceptarlas gradualmente, pues ofrecían a los pensadores un nuevo y vasto campo para la refle¬xión. En realidad esas teorías brindaron a los científicos la posibilidad de elucidar mu¬chos fenómenos que hasta entonces seguían incomprensibles e ignorados.
Copérnico fue' más que un simple erudito. Gran místico y sabio, pues sabio es aquél que consigue dar explicaciones válidas sobre hechos anteriormente mal conoci¬dos, sin pretender con ello imponer su punto de vista. El no tenía una certeza absoluta de sus teorías y de ninguna manera trató de convencer a nadie de sus fundamentos. So¬bre ello podemos leer en el prefacio de uno de sus escritos, que si alguien hubiera pues¬to en duda la exactitud de sus proposiciones y le hubiera exigido una prueba objetiva, él no hubiera podido mostrársela. En realidad la mayor parte de sus conclusiones ha¬bían sido inspiradas durante sus numerosas meditaciones. Además, tenía consciencia de la influencia que la religión ejercía sobre las creencias populares y sobre el estudio de la cosmogonía.
Consecuentemente esperó varios años hasta que publicó su teoría heliocéntrica del Universo. Sabía que sería perseguido como hereje, pues según él "Sí la Tierra es verdaderamente el centro del universo y de la creación divina, entonces el hombre debería ser objeto del mayor interés por parte del Creador. Pero si mi teoría es verdadera y la Tierra no es más que uno de los múltiples planetas que se mueven en el espacio, y ni siquiera uno de los mayores, entonces esta Tierra en la que vivimos y los hombres que están en ella pueden muy bien carecer de importancia en el plano divino" Es obvio que tales ideas no podrían ser del agrado de los Padres de la Iglesia cristiana, puesto que pondrían en duda los dogmas religiosos de la época y darían a la Creación una dimensión universal.
En 1540 Copérnico reveló oficialmente sus teorías. El 24 de mayo de 1543, después de publicarlas en un libro, y tras haber sufrido críticas, ataques y tribulaciones morales de todo tipo, por parte de las autoridades católicas y una mi¬noría de eruditos engañados por las antiguas doctrinas, falleció. Feliz¬mente no llegó a conocer la suerte que más tarde le fue reservada a Giordano Bruno, uno de sus mayores defensores junto con Galileo, que fue acusado de hereje y quemado en el año 1600. La publicación de la obra de Copérnico fue prohibida en 1616 y continuó así durante casi dos siglos. Mientras que durante su vida se le atacó y obligó a reconocer que no podría presentar prueba alguna de carácter científico, y sus teorías rechazadas por su in¬compatibilidad con las doctrinas religiosas, en nuestros días gran parte de sus postula¬dos se enseñan en escuelas y universidades de todo el mundo, como hechos comproba¬dos. Este ejemplo muestra hasta que punto las teorías cósmicamente inspiradas, pue¬den negarse por no corresponder a las ideas imperantes y por no presentar pruebas satisfactorias para las facultades objetivas de los hombres. Sin embargo, el tiempo es el maestro de toda evolución, y la luz acaba siempre por triunfar sobre las tinieblas, mostrando que la ignorancia de los hombres no puede oponerse eternamente a la sabiduría.
Copérnico fue' más que un simple erudito. Gran místico y sabio, pues sabio es aquél que consigue dar explicaciones válidas sobre hechos anteriormente mal conoci¬dos, sin pretender con ello imponer su punto de vista. El no tenía una certeza absoluta de sus teorías y de ninguna manera trató de convencer a nadie de sus fundamentos. So¬bre ello podemos leer en el prefacio de uno de sus escritos, que si alguien hubiera pues¬to en duda la exactitud de sus proposiciones y le hubiera exigido una prueba objetiva, él no hubiera podido mostrársela. En realidad la mayor parte de sus conclusiones ha¬bían sido inspiradas durante sus numerosas meditaciones. Además, tenía consciencia de la influencia que la religión ejercía sobre las creencias populares y sobre el estudio de la cosmogonía.
Consecuentemente esperó varios años hasta que publicó su teoría heliocéntrica del Universo. Sabía que sería perseguido como hereje, pues según él "Sí la Tierra es verdaderamente el centro del universo y de la creación divina, entonces el hombre debería ser objeto del mayor interés por parte del Creador. Pero si mi teoría es verdadera y la Tierra no es más que uno de los múltiples planetas que se mueven en el espacio, y ni siquiera uno de los mayores, entonces esta Tierra en la que vivimos y los hombres que están en ella pueden muy bien carecer de importancia en el plano divino" Es obvio que tales ideas no podrían ser del agrado de los Padres de la Iglesia cristiana, puesto que pondrían en duda los dogmas religiosos de la época y darían a la Creación una dimensión universal.
En 1540 Copérnico reveló oficialmente sus teorías. El 24 de mayo de 1543, después de publicarlas en un libro, y tras haber sufrido críticas, ataques y tribulaciones morales de todo tipo, por parte de las autoridades católicas y una mi¬noría de eruditos engañados por las antiguas doctrinas, falleció. Feliz¬mente no llegó a conocer la suerte que más tarde le fue reservada a Giordano Bruno, uno de sus mayores defensores junto con Galileo, que fue acusado de hereje y quemado en el año 1600. La publicación de la obra de Copérnico fue prohibida en 1616 y continuó así durante casi dos siglos. Mientras que durante su vida se le atacó y obligó a reconocer que no podría presentar prueba alguna de carácter científico, y sus teorías rechazadas por su in¬compatibilidad con las doctrinas religiosas, en nuestros días gran parte de sus postula¬dos se enseñan en escuelas y universidades de todo el mundo, como hechos comproba¬dos. Este ejemplo muestra hasta que punto las teorías cósmicamente inspiradas, pue¬den negarse por no corresponder a las ideas imperantes y por no presentar pruebas satisfactorias para las facultades objetivas de los hombres. Sin embargo, el tiempo es el maestro de toda evolución, y la luz acaba siempre por triunfar sobre las tinieblas, mostrando que la ignorancia de los hombres no puede oponerse eternamente a la sabiduría.
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