HECHOS EXTRAVAGANTES Y FALACIAS DE LA HISTORIA
"Es la bandeeera de la patria mííía..."
por Gustavo Ernesto Demarchi
Típico subproducto del reservorio de cursilerías que abunda en nuestra historia oficial, es el aserto que atribuye los colores de la bandera argentina a la "celestial" inspiración de Manuel Belgrano, quien, observando el firmamento habría amalgamado en el emblema patrio las tonalidades del cielo, del mar y las nubes, conformando un símbolo alegórico de cósmica significación que transmite diáfana libertad.
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Es indudable que a partir de la precursora Revolución de Mayo y durante las primeras décadas del siglo XIX, las bandas azul-celestes y blanca se convirtieron en sinónimo de independencia para los pueblos hispanoamericanos. Tal es así que otras naciones del continente -El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua- cuentan con una bandera de iguales colores y similar diseño a la argentina, mientras que la de la hermana República Oriental del Uruguay se presenta como una recreación de la nuestra cruzada con el modelo de bastones de la bandera estadounidense. El antecedente local habría sido la escarapela, tanto en forma de cintas sueltas como de cucarda; ésta habría sido estrenada por damas de la "sociedad" porteña en vísperas del histórico 25. (La anécdota que se atribuye a French y Berutti no sería más que un dato erróneo tomado por el historiador Bartolomé Mitre).
Más allá de las circunstancias que rodearon su creación y de la interpretació n simbólica que pueda darse a los colores y formato de la enseña nacional, el origen histórico de tal combinación es muy diferente del que se le atribuye en la actualidad. Es más, en cierto sentido la causa de la elección cromática se ubicaría en las antípodas de la edulcorada explicación que nos impartieron en la escuela primaria. En efecto, el Dr. Belgrano, un hombre de abnegado patriotismo pero de discutibles convicciones ideológicas, creía en la conveniencia de instaurar una monarquía en las Provincias Unidas del Río de la Plata. Estaba persuadido, además, de que al menos en la primera etapa, el poder revolucionario debía mantener una inquebrantable lealtad al rey de España, don Fernando VII, por entonces cautivo del imperio napoleónico que dominaba la Península Ibérica. Su razonamiento, no exento de sutil respeto por las recomendaciones que la diplomacia británica prodigaba a los incipientes gobiernos sudamericanos, consistía en sostener que los
pueblos de la región debían, en calidad de súbditos, lealtad al rey momentáneamente inhabilitado para gobernar y no a España, metrópolis ocupada por el ejército francés.
La exaltación de la figura de Fernando VII, habitual entre los revolucionarios sudamericanos de la época, suponía reconocer derechos inalienables a la Casa de Borbón, linaje al que pertenecía este monarca y que, justamente, dispone entre sus blasones característicos franjas de color celeste y blanco como distintivo de su prosapia real. Hilando en la entretela del ilustre paño, hay que señalar que los colores azul-celeste y blanco corresponden a la Orden de Carlos III, la que está inspirada, a su vez, en la Inmaculada Concepción. Dicha divisa puede observarse, puesta en banderola sobre la vestimenta que lucen el rey Carlos IV y la familia real en un célebre cuadro pintado por Goya en 1800. Otro lienzo del pintor español representa la figura ecuestre del mismísimo Fernando VII; allí aparece de modo evidente la enseña albi-celeste cruzando su pecho, así como en varios cuadros más. Esto significa que, si bien los colores regios de la estirpe borbónica (rojo y blanco) coincidían con la bandera de España, de hecho se fue imponiendo la idea de que eran los símbolos específicos de la referida Orden los que identificaban de modo unívoco a los representantes reales de la dinastía, que comienza con Felipe V y se extiende hasta nuestros días.
En resumidas cuentas, la banderola celeste y blanca fue sinónimo de borbón, en particular para Carlos III, IV, Fernando VI y VII. La obsesión de este último por aparecer con dicho emblema (debe haber una decena de retratos así) tiene que ver con que dichos colores, más allá de su origen religioso, se constituyeron en sinónimo de monarquía española y, especialmente, de reforma borbónica. (Aquí, no hay que perder de vista que esta reforma significó una ruptura trascendente con los presupuestos ideológicos que habían predominado en la Península y en Hispanoamérica durante el dominio de los Reyes Católicos y la Casa de Habsburgo durante los siglos anteriores).
Volviendo a la protohistoria de la enseña nacional, los historiadores no se ponen de acuerdo en un punto específico: si Manuel Belgrano, un patriota que -a diferencia otros hombres de su generación- profesó una profunda fe católica y, por ende, se pudo haber inclinado por dicha combinación cromática, ya sea por genuina (o impostada) fidelidad a Fernando, como hemos sugerido; o bien, para rendir tributo a la Virgen de la Concepción , figura mariana mística que él solía reivindicar ante los soldados que conducía. De mi parte, prefiero optar por la primera hipótesis, aunque reconozco que existen indicios que abonarían una y otra teoría.
En cuanto a las damas de la sociedad porteña que, según parece, inauguraron la utilización del emblema bicolor en los días previos a la Revolución , es probable que hayan mezclado su adhesión al rey cautivo con su repudio a las Cortes que sesionaban en Cádiz bajo la protección de la flota británica. Es decir, que el celeste y blanco, muy al principio de los acontecimientos revolucionares posiblemente haya sido sinónimo de adhesión a la monarquía absoluta fernandiana, postura ubicada en las antípodas del republicanismo liberal que comenzaba a manifestarse en la propia España y que ya contagiaba de modo irresistible a los patriotas hispanoamericanos.
Esta revelación acerca del pasado genealógico del pabellón argentino está demostrando que, a contramano de la interpretación oficial, el objetivo de Belgrano al concebirlo con tonalidades celestes y blancas fue expresar lealtad a Fernando VII, marcando un nítido contraste con quienes, por la misma época, propiciaban la ruptura con la Corona de España. Sin embargo, no fueron éstos los que censuraron al general Belgrano cuando por primera vez enarboló la bandera frente a las tropas formadas en las barrancas del Paraná; fue la Junta de Gobierno de Buenos Aires la que ordenó arriarla y volver a usar el tradicional estandarte español rojo y gualdo. Siguiendo el hilo de esta hipótesis, la tremenda reprimenda que recibe Belgrano por enarbolar la nueva bandera sin autorización, tendría explicación en el predominio, en aquel momento, de este tipo de ideas revolucionarias y democráticas en el seno del gobierno de Buenos Aires. Es decir que, si bien coincidían en mantener externamente la "máscara" de la fidelidad a Fernando VII mientras éste permanecía privado del trono, tampoco había que exagerar encolumnándose tras su bandera. (Mitre, Sarmiento, López, Alberdi y un sinnúmero de comentaristas e investigadores que vinieron después aportan interesantes reflexiones alrededor de esta histórica confusión, pero el tema aún no está agotado y la controversia sigue abierta).
Lo concreto es que, más allá del simbolismo originario y de la intención de los protagonistas, a medida que se sucedían los acontecimientos revolucionarios y avanzaban los ejércitos emancipadores, los colores celeste y blanco fueron imponiéndose en casi toda América como sinónimo de independencia y de libertad; es decir, exactamente lo contrario de lo que habían representado en su primigenia utilización.
Cuando el rey, luego de ser liberado, regresó al trono madrileño (1814), los criollos que habían especulado con obtener la descolonizació n disimulando sus intenciones tras la "máscara" de la lealtad al prisionero real, se vieron en apuros para explicar cómo era posible seguir expresando fidelidad a un monarca al cual, simultáneamente, se combatía sin tregua en los campos de batalla americanos, pero ésa es otra historia.
Lo cierto es que la bandera argentina, tal como fue concebida, habría de convertirse en sinónimo de nación soberana independiente de España y, por ende, de sus "regios" gobernantes; es decir, en la negación rotunda de su puntual origen simbólico. No obstante ello, los poetas que cantaron loas a la enseña nacional ignoraron esta contradicción histórica y se aferraron a la imagen alegórica más efectista, escribiendo estrofas inflamadas de patriotismo como las que dicen:
"Salve, argentina, bandera azul y blanca,
jirón del cielo en donde reina el sol;
tú, la más noble, la más gloriosa y santa;
el firmamento su color te dio...."
............ ......... ......... ......... ......... ...
"Alta en el cielo un águila guerrera,
audaz se eleva en vuelo triunfal,
azul un ala del color del cielo,
azul un ala del color del mar...."
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"Bandera de mi nación
son tus colores divinos
que basta mirar al cielo
para sentirse argentino... "
GRAGEAS HISTORIOGRÁFICAS Hechos Extravagantes y Falacias de la
Historia
Año II – Nº 4 / (VERSIÓN CORREGIDA)
Elaboradas por Gustavo Ernesto Demarchi, contando con el asesoramiento
literario de Graciela Ernesta Krapacher, mientras que la tarea de
investigación fue desarrollada en base a la siguiente
bibliografía:
· Alberdi, Juan B.: "Grandes y pequeños hombres del
Plata"; Plus Ultra, Bs.As., 1991.
· Benarós, León: "El desván de Clío";
Fraterna, Bs.As., 1990.
· Beruti, Juan Manuel: "Memorias curiosas";
Emecé, Bs.As., 2001.
· Chiaramonte, J.C. y otros: "De la Conquista a la
Independencia " en Historia Paidós (II), 1972.
· Cibotti, Ema: "Sin espejismos"; Aguilar, Bs.As.,
2004.
· Goya, Francisco: "Retrato de Fernando VII";
óleo en lienzo, 1814 (Museo de Santander, España).
· Mrio. de Educación de la Nación : "Efemérides
Culturales Argentinas"; página web, 2001.
· O´Donnell, Pacho: "El grito sagrado"; Sudamericana,
Bs.As., 1997.
· Peña, Lorenzo: "Consideraciones sobre la bandera
tricolor"; página web, Madrid, 2001.
· Weinberg, Gregorio: "Manuel Belgrano" en Hombres
de Argentina; Eudeba, 1962.
(Agradezco al Dr. José María Fdez. Durañona su crítica, la
que hemos tenido en cuenta en esta versión.)
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