5 may 2011

LA MAGIA DE LAS BIBLIOTECAS

Sin título

Atraen cada vez más a chicos y grandes, y suman socios sin parar. Los colegios hacen visitas guiadas y los vecinos allí reciben talleres. Son elegidas sobre internet por la veracidad de los textos y la tranquilidad.

“¿Quién dice que a los chicos no les gusta leer? Acá, todas las semanas vienen grupos de colegios y te puedo asegurar que se vuelven locos. Primero se sorprenden por el silencio, y después porque jamás vieron tanta cantidad de libros, lo ven como algo místico. A los cinco minutos te están pidiendo que les des libros de dinosaurios, de extraterrestres, alguno para dibujar...”. El que relata con entusiasmo, casi orgulloso, es Juan Desiderio, de la biblioteca pública Estanislao del Campo, en el corazón de Parque Chacabuco. Y la historia oficia de muestra para lo que pasa en la mayoría de las bibliotecas de Capital, donde la actividad en pleno siglo XXI, aunque no parezca, sigue vigente y, en algunos lugares, con más trabajo y asociados que hace varios años.

“Desde hace uno o dos años que nuestro establecimiento está en franco crecimiento. La gente se asocia más”, revela María Morí, de la biblioteca popular Juan María Becciú. Vale distinguir dos tipos de bibliotecas: las públicas y las populares. Las primeras pertenecen a una red de 29 bibliotecas de Capital y están a cargo del Gobierno porteño. Esa red determina que cuando uno se hace socio (este trámite es gratuito) de alguna de ellas, puede retirar un libro de cualquier otra. La Dirección General del Libro y Promoción de la Lectura es la encargada de la compra de los ejemplares y la distribución a esos establecimientos. Alejandra Ramírez, titular de ese ente, reconoce el crecimiento de usuarios de bibliotecas y señala un motivo: “En la vorágine que vivimos, la gente encuentra un refugio donde estar tranquila. Muchos jóvenes que no tienen el espacio en sus casas van a esos lugares”. Con respecto a las populares, están nucleadas por la Comisión Nacional Protectora de Bibliotecas Populares (CONABIP), creada en 1870 por Domingo Sarmiento (Ley 419). Se estima que hay cerca de 2.000 en el país y más de 50 en la Ciudad. Para asociarse cobran una cuota mínima, siempre menor a los $5 por mes.

La era de Internet, coinciden casi todos los bibliotecarios, llegó para reforzar estos establecimientos y no para reemplazarlos. “En un principio se habló de Internet como un espacio que no estimulaba la lectura, y es todo lo contrario. Leer es leer, no importa en dónde. Las bibliotecas también se van aggiornando, desde lo arquitectónico hasta el servicio. Sería muy productivo que un chico también vaya a navegar y buscar información en Internet. Además, muchas agregaron actividades y pasaron a ser un lugar de pertenencia”, sostiene Martín Caneva, secretario de CONABIP. Desde esa comisión se maneja un proyecto que incluye subsidios de hasta $ 7.550 para que cada institución se integre con equipamiento (conectividad, telefonía a través de Internet, catalogación virtual) al mundo digital.

“Hay algo a favor que es que en la web no toda la información es fidedigna. Los jóvenes siguen estudiando de los libros. Muchos los buscan en Internet y luego los vienen a retirar acá”, agrega Miguel Ribas, de la Miguel Cané, ubicada en Boedo y donde supo trabajar durante diez años Jorge Luis Borges. Ese lugar mantiene unos tres mil socios.

A esa reconfiguración y otras actividades a las que se refieren los involucrados en el rubro son, por ejemplo, a los múltiples talleres de todo tipo que se realizan cada vez más en las bibliotecas y que acercan a los vecinos de los barrios: desde cursos de idioma pasando por debates de cine hasta talleres de plástica y teatro.



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