Buscaba en Google Books información sobre otros asuntos -más literarios que librescos-, cuando tropecé con esta cita en The London Magazine (enero, 1821):
"Booksellers are obliged to be prepared to meet the demands of their customers hence, it is not so much their own judgment as the taste of the public, that must regulate their stock." (Los libreros están obligados a estar preparados para satisfacer las demandas de sus clientes: por lo tanto, no es tanto su propio juicio como el gusto del público el que debe regir su stock.)
Según vemos, poco cambian las sugerencias para que las librerías permanezcan y sepan o puedan dar un buen servicio. Como enseguida veremos, parece que los libreros, grandes o pequeños, cada vez van a tener que hacer un mayor esfuerzo por sobrevivir, siempre y cuando sigan existiendo libreros que vendan libros de papel, entre otros nuevos quehaceres relacionados con la cultura, y luchen de verdad por la adaptación al libro digital y su ecosistema.
Una vez hecha la casi obligada "cita erudita" -como diría un antiguo maestro-, a la hora de pensar en la librería en un entorno plenamente digital, sólo sirve hacer suposiciones y quizá alguna propuesta. Poco sirve mirar al pasado, con gustos y hábitos propios, y repasar la amplia bibliografía sobre editores y libreros -tan interesante, por otra parte- buscando alguna señal para el futuro. Estamos en otro registro distinto, el del libro digital y sus venideras versiones, por tanto, la mentalidad sólo puede ser ésta y a partir de este momento.
En ocasiones se critica a quienes hacen suposiciones (suponer: 4. tr. Conjeturar, calcular algo a través de los indicios que se poseen), o "predicciones" -dicho de un modo más "espectacular"- (predecir: 1. tr. Anunciar por revelación, ciencia o conjetura algo que ha de suceder), precisamente por la osadía que representan dichas suposiciones de futuro, como si sólo fueran fruto de la imaginación y no de analizar, informarse, rastrear y descartar.
Se trata de mirar un poco más allá del camino que se abre en el horizonte. Quizá tenga este horizonte algo de gadameriano, queriendo dotar de cierto sentido a lo que está por venir, sin muchas oportunidades para mirar al pasado, dado el cambio de dirección radical que están tomando los asuntos del libro. Interpretar lo que está sucediendo para dilucidar cuáles pueden ser los nuevos giros del sector editorial, en este caso el de las librerías llamadas independientes.
En un mundo posible plenamente digital no existirán las librerías físicas. Podemos matizar (o no mirar tan lejos): cuando más de un tercio de las ventas de libros sean en formato digital, apenas van a existir las librerías de siempre, salvo las que subsistan como lugar de encuentro o espacio de caprichos impresos. Siempre habrá personas de la "generación papel" que tengan la necesidad, ya no de buscar libros impresos, sino de tratar con otras personas, con el librero, con el espacio cifrado de librería. Pero esto ya no tiene nada que ver con lo digital. Esto es sólo un hábito, un gusto o una necesidad.
Pensar en digital es mucho más difícil desde el punto de vista del librero que desde la perspectiva del editor. Con anterioridad tuve ocasión de escribir extensamente sobre el futuro de las librerías donde señalaba algunas posibles claves para una adaptación o transición hacia lo definitivamente digital: nuevos espacios culturales, páginas web de gran diseño y usabilidad, widgets, presencia práctica en redes sociales, libreros como asistentes digitales de sus fieles clientes, etc. Poco más puedo añadir para no repetirme desde esta perspectiva de transición, salvo algunas posibilidades que me parecen factibles. Poco, porque, como decía, si llega el día en que los lectores prácticamente sólo lean libros (o cómo se puedan llamar entonces) digitales, ya nada tendrán las librerías de librerías. Este cambio más o menos radical lo determinarán las siguientes generaciones y la adaptación real a entornos digitales de calidad en los sistemas educativos.
Suposiciones, decía, porque no se conocen bien las expectativas y los movimientos futuros de los libreros, de aquellos -se entiende- que quieren dar el paso más allá del libro impreso. En el pasado informe El Libro Electrónico publicado por el Ministerio de Cultura, se hace mención a una encuesta hecha a varios libreros por la Librería Proteo con la colaboración de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL). En dicha encuesta se asegura que los libreros ya están preparados para desarrollar modelos de negocio en torno a los libros digitales, aunque más adelante se señala también que, a pesar de que no paran de darle vueltas a las adaptaciones posibles, no saben muy bien cómo enfocar los cambios. Se asegura que, como primer paso, el 40% -nada menos- de los libreros encuestados venden soportes de lectura tipo ereader y contenidos digitales: lo primero (ereaders) para dar una imagen de adaptación a lo digital; lo segundo, para mantener, o hacer mantener, la cadena de valor del libro tradicional. Demasiados parecen para lo que en realidad uno ve cada día.
Lo cierto es que, en cuanto las editoriales dejen de conservar (o puedan permitirse abandonarlo) el ecosistema tradicional para ser ellos el principal proveedor de sus libros y contenidos digitales en torno a sus productos, las librerías perderán un "mecenazgo" contradictorio en términos de e-commerce. Quizá para entonces las librerías trabajen sólo con ediciones especiales impresas, pero en este caso serán artículos fetiche, coleccionables, ediciones limitadas para bibliófilos. Sería casi un gesto de los editores a lo que un día fueron sus más fieles y necesarios aliados. Repito, hablando siempre de un entorno futurible casi exclusivamente digital.
Ante esto, ¿qué puede hacer la librería con respecto a la editorial? Puede, de momento, mantener su producto, el libro impreso, adaptado a lo que quizá sea entonces un más que cuidado producto de papel. Recientemente leía en una conocida y algo saturada red social esta declaración de intenciones, como se suele decir, de una editorial que acaba de abrir sus puertas (digitales, pues se trata de edición digital): "Nuestro (sic) dedicación es buscar ´libros para nuestros lectores` y no ´lectores para nuestros libros`". Es posible que por aquí vayan los próximos derroteros de las librerías.
Digitalización para el librero va a significar, en sus primeros pasos, impresión bajo demanda. Ya lo dijimos. Aunque es posible que para cuando esto sea de uso común, con las máquinas más baratas, entonces cada cual tenga ya un aparato de impresión bajo demanda como hoy se tienen impresora y escáner en casa. Otra posibilidad similar es ofrecer servicios de digitalización. Las rutas del librero podrían ser las del editor, pero a su particular manera y desde su experiencia y trato directo. Es posible que con una alianza de librerías para lograr y gestionar mejor el posicionamiento y la visibilidad en una potente plataforma a la manera de Amazon, donde el librero se convierta en pequeño editor, como lo fue antaño. Las alianzas en Internet consiguen mantener la competencia entre socios sin enfrentamiento -aparente- alguno, véase el caso Libranda.
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