14 ago 2009

De un cobarde autor y su valiente libro


Corría el año de gracia de mil cuatrocientos setenta y pico cuando a Pedro de Osma, hasta entonces un devoto catedrático de Teología de la Universidad de Salamanca, le dio por pensar que la Iglesia podía errar en cuestión de fe, que algunos Papas fueron herejes y que los pecados mortales se borraban únicamente por el arrepentimiento. Escribió éstas y muchas otras perlas en un libro que llamó De confessione, y luego comenzó a leerlo con voz solemne y campanuda allá en lo alto, desde su cátedra; muchos le oyeron y creyeron y ya no quisieron confesión, pues decían que ya no había sino nacer y morir. Cuando el arzobispo de Toledo supo de aquello, fue preso de santa ira y pidió bula al papa para poder juzgar y condenar aquel maldito libro y al hereje que lo parió. Y así, fue que todos en el palacio arzobispal «juraron en forma por las órdenes que recibieron, poniendo las manos sobre sus pechos, que esta denunciación e lo en ella contenido non facian maliciosamente ni con ánimo de venganza, salvo con puro celo de nuestra sancta fee e religión christiana».

Intimaron a Pedro de Osma a que apareciese en Alcalá de Henares el sábado quince de mayo, y allí lo esperaron. Engalanaron una sala con ricos paños, y en medio de la sala pusieron un estrado, y en él, sentado con su casulla, aguardó el arzobispo. Pero el valor físico no es virtud requerida a los hombres de letras y Pedro de Osma no apareció. Una oportuna fiebre ética y la conciencia punzante de su propia cobardía lo inmovilizaron en Madrigal, apenas abandonó Salamanca. En su ausencia, los teólogos resolvieron continuar con el proceso, atacaron al libro con largos periodos ciceronianos y juzgaron sus proposiciones escandalosas y malsonantes. Abandonado por su autor, el libro aguantó firme sin renegar de sus ideas. Porque has de saber, lector, que los libros una vez se han escrito, pueden justificar o afear la conducta de sus autores cuando los abandonan. Que una vez completos, cobran vida propia, echan a andar solos y se bastan frente aquellos que los han escrito. El libro se defendió valiente, hasta el punto que varios miembros del tribunal dudaron, pero nada pudo hacer. Condenaron lo escrito. Y así fue que el martes veintitrés de mayo de 1473, toda Alcalá de Henares se despertó con una solemne procesión en la que el arzobispo y los reverendos doctores acompañaban triunfantes al fiscal Pedro Ruiz que, caballero en una mula, llevaba en su mano el maldito libro envuelto en un paño negro en señal de luto.
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Paseaba el libro por las calles con la cabeza bien alta, mientras el buen pueblo de Alcalá se hacía cruces, escupía y lo insultaba a su paso hasta que llegó a la iglesia de Santa María. Allí aguardaba un cadalso con muchas gradas adornadas de telas y una alta silla aderezada con un hermoso dosel donde el arzobispo tomó asiento. Llegó el libro a paso firme hasta el centro de la plaza, leyeron su sentencia de muerte, lo entregaron al verdugo y lo quemaron entre cánticos y sahumerios de incienso hasta reducirlo a cenizas. Nunca antes un libro había tenido un funeral tan solemne ni había sucumbido tan gallardo.

Un lloroso Pedro de Osma acabó por aparecer en Alcalá. Le obligaron a humillarse públicamente en solemne procesión, le mandaron llevar un velón y abjurar de todo lo que había escrito. Un año después de la quema de su libro y 36 antes de que Lutero clavara sus tesis en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg, murió Pedro de Osma, el primer protestante español. Falleció en el seno de la Santa Iglesia católica, apostólica y romana, quién sabe si confortado por el perdón o arrepentido de su falta de valor. Ninguna copia de De confessione ha sobrevivido. Irónicamente, lo que conocemos de él se lo debemos a las actas del proceso y al menosprecio de sus acusadores, pero el prestigio por su valor ante la hoguera se mantiene incólume en nuestros días.

Nota

1 comentario:

Horacio dijo...

Excelente artículo.Felicitaciones y queda desde ya en archivo.