19 abr 2010

Bibliómanos


Jacques Bonnet decidió que el fin de su vida era leer cuantos libros pudiera

Cuenta la leyenda que, en la Francia revolucionaria, un reo de muerte iba leyendo un libro en la carreta que lo conducía al patíbulo. Y que estaba tan abstraído en la lectura de aquel libro que al dejarlo, requerido ya por el verdugo, colocó un punto en la última página que había leído, como si fuera a retomarlo en breve.


La lectura puede ser una experiencia muy absorbente. Borges sostenía que la intensidad que de ella se deriva sólo resulta comparable a la que obtenemos en el viaje o en el amor. Y afirmaba que el acontecimiento mayor de su vida fue la biblioteca paterna. No es de extrañar, pues, que el argentino asociara el paraíso a la biblioteca, donde uno aprende a evadirse de la realidad y a reflexionar sobre ella.

El escritor y traductor francés Jacques Bonnet pertenece como Borges a la cofradía bibliómana, la de los que gustan acumular libros. Medio siglo atrás, decidió que el fin de su vida era leer cuantos libros pudiera. Eso le ha llevado a formar una biblioteca particular con decenas de miles de tomos. A la vuelta de los años y las lecturas, su afición le ha permitido escribir el librito Bibliotecas llenas de fantasmas (Anagrama). En él hilvana sensaciones y consejos relacionados con la gestión y el disfrute de una gran biblioteca: desde el temor a que las estanterías colmadas se caigan y nos descalabren hasta los mejores criterios clasificatorios, pasando por su preferencia por regalar los libros, antes que prestarlos.

Bonnet es el paradigma de una subespecie en vías de extinción. El retroceso de la palabra frente a la imagen, los pisos pequeños y la vana suposición de que todo está disponible en internet se han aliado en contra de las bibliotecas de cierta consideración. A estos factores se suma otro que preocupa cada día más a autores y editores de literatura infantil y juvenil. Aunque quizá debería preocupar a más gente. Nos referimos a que el comprensible esfuerzo de tantas escuelas o asociaciones de padres para reducir la factura escolar reutilizando y socializando los libros de texto y, con ellos, los tres o cuatro títulos de lectura que se prescribían cada curso a los alumnos está teniendo un efecto perverso: el aborto de las bibliotecas particulares que iniciaban los escolares con sus primeros títulos de Dahl, de Sempé, de Stevenson, de Salgari o de las aventuras de Harry Potter. Manda, de nuevo, la economía sobre la cultura.

Jacques Bonnet, que usa y anota a diario sus libros, puesto que los considera una herramienta y no un icono, describe una última enseñanza al citar el caso del académico y bibliómano Valincour, que sufrió uno de los peores percances que le cabía imaginar: el incendio de su biblioteca. ¿Cuál fue su reacción? La de alguien que ha leído a los sabios. "Poco habría aprovechado mis libros, si no supiera perderlos", dijo. Comparen esta reacción estoica con la angustia que nos asalta cuando extraviamos el teléfono móvil. Y saquen sus conclusiones.

2 comentarios:

Leonor Rodríguez Rodríguez dijo...

Gracias, yo he tenido mucha suerte al contar en mi barrio con una pequeña y selecta biblioteca de la que sacaba muchos libros a cambio de una cantidad módica de dinero por su alquiler. En cinco años que andube en muletas y guardando reposo por un tumor blanco en rodilla izd., de niña, no se cuantos leería, pero muchos y hoy en día también tengo biblioteca cerca de casa de la cual soy socia.
Siempre he leido mucho.
Abrazos
Leonor

Haydée Norma Podestá dijo...

A los cinco años mi padre me regaló mis dos primeros libros de cuentos: Blancanieves y Un viaje maravilloso, adaptación del libro de Selma Lagerlof, el que aún conservo.Desde entonces he "devorado"cuanto libro ha pasado por mis manos; tengo muchísimos libros, los amo, pero los hago circular, pues de nada sirven si no son leídos.Y considero que no hay como el libro impreso, que te podés llevar con vos adonde vayás, releerlo, buscar alguna párrafo que te impactó, sentirlo vivo...Muy bueno el artículo; lo he recomendado a mis compañeros docentes.Un cálido abrazo. Haydée