Amazon lo ha confesado: en los últimos meses ha vendido más libros electrónicos que en tapa dura. La conveniencia de la compra en línea, los lectores digitales y su inmensa capacidad de almacenamiento, la modernidad del texto en pantalla y lo ajustado de su precio (aunque menos de lo que quisiéramos) son todos factores que influyen en este cambio drástico. A pesar del inmenso éxito del libro impreso, éste no es ni de lejos un formato eficiente a nivel económico, prueba de ello son las tiradas inmensas a las que recurren las editoriales buscando el precio justo, y las hogueras también inmensas a las que someten a todos los ejemplares no vendidos. Habría que preguntarle al respecto al mismísimo Gutenberg, que murió en la ruina.
¿Y qué ocurre cuando el libro físico deja de ser una entidad válida y se convierte en un artefacto del pasado? Dentro de la moda del vintage y el retro, la cultura eBay exige que hasta las zapatillas de nuestra abuela puedan convertirse en un objeto digno de veneración. “Cualquier cosa que tenga más de veinte años”, reza Etsy.com, rey de las ventas de artesanía y de productos “hecho a mano”, para encajar un producto en su categoría “vintage”. Y aquí, además de los vilipendiados años ochenta, entran también los libros. No hablamos de libros incunables, de productos de anticuario ni mucho menos, sino de auténticos ejemplos de reciclaje que utilizan libros con la tranquila asertación de que se trata de un elemento obsoleto de nuestra cultura. Los hay que venden libros sin cubierta, al peso, sin pararse a identificar el año ni el tema de origen. Los hay que utilizan dichos libros como elemento artístico, dentro de collages o incluso como tema de fotografía (que puede venderse como original, como copia o incluso como descarga digital). Y los hay que recortan trozos de dichos libros en llamativas formas para utilizarse como tarjetas de agradecimiento, pegatinas o para encuadernar libretas o agendas. Hay quien usa libros antiguos como materia prima papier mâché para crear cuentas para collares.
En el fondo, el libro está hecho de papel, y las posibilidades del papel son inmensas, pero más allá de esto nos fascina su poder, la adoración cultural que parece acompañar a un ejemplar de escaso beneficio monetario pero inmensa influencia intelectual y social. Y esta adoración se convierte, cómo no, en fetiche, de tal modo que las inmensas bibliotecas y colecciones bibliófilas siguen exigiendo respeto, lo que explica que una instalación artística con el libro como centro pueda convocar silencio. A pesar de la realidad del asunto (que es que cabe la posibilidad de que ya hay más compradores de obras electrónicas que de obras en papel), no perdemos nuestra admiración por el objeto de celulosa, aunque sea más caro, menos práctico y menos perdurable; tanto es así que han surgido aquellos que ofrecen “fundas” para nuestros e-lectores en forma de libro, auténticas obras en papel destripadas para alojar un Kindle o similar, de la misma manera que uno podría ponerle unas cubiertas de Guerra y Paz a un libro de Corín Tellado.
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